Llevo varios días intentando averiguar como escribir estas palabras. Todavía me siento turbado después del descubrimiento de este fin de semana. Una caja, de la que conocía su existencia pero desconocía su contenido, ha vuelto a mis manos. Una caja llena de recuerdos. Correo archivado de varios años de cuando el correo se esperaba. Cuando te esmerabas en escribir largo y bien.
La otra noche estuve releyendo decenas de cartas. Las palabras son lo de menos pues, como adolescente que era, el contenido de las mismas ahora no es importante aunque en ese momento lo fuera. Hay de todo. Cartas de amor, amistades lejanas, malas noticias… Pero lo que de verdad hay es la verdad del pasado. La verdad de un pasado que no supe cuidar y que desatendí tanto que nada queda de el.
Hay un antes y un después. Tres etapas en las que me he trabajado las relaciones personales de forma completamente distintas.
La primera, recién espumado. Con las primeras juergas, las primeras novias, los primeros líos… Momentos muy divertidos, llenos de inseguridades que combatía con tonterías y mentiras. Tonterías que me llevaron lejos y me hicieron olvidar a estos amigos de la primera etapa. En este viaje comenzó la segunda etapa. Juergas, locuras y gente que pasaba y no me molestaba en cuidar porque no me daba tiempo. Iba demasiado rápido. Demasiada gente. Muchas locuras y mucho miedo. Ese miedo me hizo frenar y replantearme muchas cosas. Me aparté y aparté a toda esa gente que iba y venía y que no me aportaba nada. Entre toda esa gente que pasaba hay gente que merecía la pena pero cada vez que me he vuelto a acercar he vuelto a sentir el miedo y la necesidad de correr. El retiro al que me sometí mereció la pena. Cambio de aires y cambio de gentes. Tercera etapa. Ahora si que me esfuerzo por mantener cerca a la gente que veo que merece la pena aunque hayan habido apuestas que no me han salido bien. Eso es lo de menos. Estoy contento porque he conseguido construir un entorno feliz y sano. Amigos que aunque veo poco se que están. Otros que que llegan o encuentro y sigo cuidando. Y otros más que se que vendrán y voy a disfrutar de igual forma.
He conseguido un presente digno de ser pasado pues el pasado perdido me pone triste, por lo perdido o más importante, y alarmante, por el cómo lo he perdido.
Ahora tengo una duda. No se que hacer con esa caja. Pensé en quemarla y cerrar para siempre una etapa a la que no puedo volver (la primera) y otra a la que no quiero ni acercarme (la segunda) o guardarla como testimonio de lo que fui una vez y no quiero volver a ser pero eso tiene un punto masoquista que no me mola nada. Son recuerdos, sólo recuerdos. ¿Es necesario guardarlos físicamente para no perderlos?. La memoria en una caja (y un mechero). Ya veremos.